El motivo por el cual digo esto, es porque este verano ha pasado de nuevo, aunque la protectora es este caso ha tenido que ver poco.
Estos gatos han tenido muchísima más suerte que el que he mencionado antes.
Comenzamos la historia con una noche en la que estaba paseando por la calles de Puente Tablas con mi novia Ana María.
Ya oíamos maullidos de gatos por los alrededores pero al pasar por una calle en concreto nos dimos cuenta de que eran dos gatos muy pequeños, prácticamente tendrían 1 semana.
Nos encantó verlos paseando a luz de la luna pero algo raro pasaba con uno de ellos. Los dos estaban en los huesos, (quizás los abandonaron, se perdieron de la madre cuando fue en busca de comida o poniéndonos dramáticos la madre puede que muriera, eso nunca lo vamos a saber) y uno no andaba como cabría esperar.
Les llamamos la atención y poco a poco se fueron acercando, uno tenía una conjuntivitis muy avanzada y estaba totalmente ciego.
Nos dio tanta pena que decidí llevármelos y por lo menos hacerle al pequeñajo una cura, que comieran algo y así que pudieran sobrevivir unos días más. No nos podíamos hacer cargo de los gatos y a esas horas de la noche ninguna protectora te coge el teléfono (por lo menos que yo sepa).
Después de la cura e intentar que comieran sin resultado alguno volvimos a la calle donde los encontramos para dejarlos allí y esta vez con un dilema, dejarlos juntos o separarlos.
Si se dejan juntos quizás mueran los dos y si se separan, el que no está enfermo tiene un alto porcentaje de sobrevivir y por el contrario el hermano no le pasaría la conjuntivitis, ya que, es muy contagiosa en los gatos de esa edad.
Tras discutirlo con Ana y por compasión se decidió dejarlos juntos, si morían los dos que por lo menos mueran juntos como hermanos me dije.
Y ahora os preguntareis ¿y cuál es esa segunda oportunidad que digo?
La oportunidad que menciono se la ganaron ellos mismos cuando al día siguiente por la mañana temprano estaba el gato sano llamando a la puerta con las uñas y maullando. Mirando a su hermano que estaba más atrás y guiándolo por la calle hasta la casa para que recibiera otra cura en los ojos.
La preocupación por el hermano y el ir a la casa de nuevo a pedir ayuda conmovió al personal y después de hablarlo, los gatos iban a recibir cuidados hasta que crecieran un poco más y puedan sobrevivir fuera y, sobre todo hasta que el gato de la conjuntivitis se recupere del todo.
Curándole el ojo cada 8 horas aproximadamente y dándoles de comer, (que la primera vez nos costó lo nuestro porque tenían el estómago cerrado por haber estado días sin comer) ahora están sanos y fuertes, listos para abandonar el nido, aunque nuestro cariño se lo han ganado con creces y lo más seguro es que se queden con nosotros.
Ahora los ves a los dos jugando, cada vez son más ágiles, saltan más y trepan árboles, aunque claro, como también nosotros nos diferenciamos por nuestra personalidad, los gatos también tienen la suya.
El que lo ha pasado peor es muy tranquilo y todavía le da miedo ciertas alturas y el otro… no se queda quieto ni durmiendo.
Al final Cali (el enfermo) y Mocho (el revoltoso) han tenido una segunda oportunidad en la vida y todo gracias a las acciones de Mocho, por preocuparse por el hermano, que nos hizo darnos cuenta de que los animales y nosotros no nos diferenciamos tanto.
Y por supuesto, agradecer a la familia de Ana María por permitirnos cuidar a los gatos y por hacerse cargo de ellos.
Los pequeños renacuajos se llevan una familia con padres (mi novia y yo) y hasta la madrina Esther que también le tengo que agradecer mucho por traernos la comida, el suero, curarle cuando yo no he podido y sobre todo estar con ellos en todo momento.
Nosotros nos llevamos su cariño que, a pesar de ser gatos, el cariño, compañía y entretenimiento que nos dan se asemeja mucho al que te puede dar cualquier amigo.
Con esto acabo la pequeña historia de estos dos protagonistas, espero que muchos de estos animales abandonados tengan la misma suerte o más.
Las pequeñas lecciones de la vida te pueden dejar una huella muy grande.
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